Por:
Stefania Ramirez Peña
Mientras
cae la tarde, una pequeña lluvia cae sobre este cementerio donde yacen miles de
cuerpos, miles de almas deambulan a la espera de que alguien no los olvide,
miles de almas que son cuidadas por un grupo de hombres vestidos con trajes
azul oscuro. Entre ellos Genaro Bastias un hombre de 62 años, estatura media y
quien ha entregado su vida entera a “sus amigos los muertos” como él se refiere
a ellos, sus años ya se le notan en las arrugas que se encuentran en su rostro,
un rostro que ha tenido que vivir en compañía de estos hombres que están en
tumbas dormidos para siempre.
Pasan
las horas y la tarde se hace aún más oscura, más triste, más fría, entre los
senderos mojados se encuentran niños, hombres y mujeres muertos por alguna
circunstancia desconocida. Al caminar se siente el miedo, se siente la
nostalgia de estos seres que ya no están en la tierra, estos seres del más allá
que hoy solo el recuerdo dan. Entre más caminamos sobre estos angostos
pasadizos más tenso se vuelven los pasos y más historias cuenta Genaro Bastias,
quien asegura que en las noches se ven a través de las cámaras estas almas
volando sobre las tumbas, se escuchan sonidos y asegura que muchos de sus
compañeros han abandonado este para él su mejor trabajo.
Noche
tras noche estas almas salen de sus
lugares de reposo para encontrar una compañía en Genaro mientras son cuidados
por este hombre quien debe todas las noches con una única compañía revisar que
no hayan personas de este mundo aun en el cementerio, su compañía es la
linterna.
Durante
sus turnos nocturnos asegura que él siente los fantasmas que deambulan cerca de
él; el frio se apodera de su cuerpo, los nervios se salen a flote y una extraña sensación se empieza a notar,
sin embargo él le reza a Dios y le encomienda como todos los días la noche que
debe pasar con estas personas de blanco.
Entre
misterios, rosas rojas, tumbas desgastadas, fantasmas del más allá y lápidas
con cuerpos sin vida, todas las noches este hombre debe dormir por rato con una
única compañía los muertos.
Entre
los angostos pasadizos de este cementerio se reúnen familiares a llorar a un
ser querido que ha perdido, entre llanto, lluvia, música, flores y una multitud
de personas llega una caravana a despedir por última vez a un ser que ya no está
aquí, un ser que ya está más allá, allá donde todas las personas de blanco se reúne
para jamás volver. Una mujer de negro, piel blanca, lentes negros y con una
rosa roja se para frente al ataúd se arrodilla, eleva su cabeza al cielo por
las gotas de lluvias que caen y mientras
se escuchan alaridos de los demás esta tira la rosa hacia el ataúd. Mientras ponen
la lápida los alaridos se hacen más fuertes y el lugar se pone aún más tenso,
mientras tanto don Genaro dice “esto pasa todos los días”, al terminar los
familiares se van, la mujer se sube a su auto y por su puesto Gabriel Antonio
Rivera se ha ido, ahora será una compañía de Genaro Bastias durante las noches
heladas de Bogotá.
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